JAIKO JIMÉNEZ


Menciona a:
  • Manuel Orestes Nieto
  • Héctor Collado
  • Salvador medina Barahona



Biopoeta

Panamá el 4 de marzo de 1994. Estudiante de comunicación ejecutiva bilingüe en la Universidad Tecnológica de Panamá. Primera mención honorífica en el concurso nacional de poesía Gustavo Batista Cedeño 2015 con el poemario ‘’El ser y la nada’’. Segundo lugar en el concurso Municipal de poesía León A Soto 2015 con el poemario “Versos de la casa de la infancia’’.


Declaración poética

No hago más que decir aquello que no cabe en el silencio.



POEMAS


Versos de la casa de la infancia

VI

Todo afuera es un lugar que no conozco,
no sé  si la economía crece o cae en picada,
aquí nos defendemos con las uñas,
con la mirada llena de pan y la barriga de esperanza.

Aquí cada día es un misterio,
un espiral sin fin de posibilidades,
un transitar sin zapatos sobre veredas de angustias y de glorias.

Vivimos con la puerta cerrada para que no moleste nadie,
miramos la novela de las ocho,
hablamos de los lujos de los ricos,
y nos acostamos a dormir.

Esta noche no hay abanico y toca  sudar un poco,
es decir bastante;
mamá me echa fresco con un pedazo de cartón,
y mientras duermo
sueño que vivimos en el norte
y sueño también que hace frío.




XI
 A la Señora Murriel.

Si tan solo pudiera esta noche irrumpir en el tiempo
y abrir esa cortina gris que nos separa de los fantasmas;
pero pasa que tú no eres un fantasma
y pasa también que no existe el tiempo ni hay una cortina gris.

Nostalgia,
el deseo de despertar un día y verte allí
sentada en tu mecedora vieja,
sí, en tu mecedora, vieja;
vistiendo esa bata de flores azules
y una sonrisa desgastada por el tiempo;
tú sabes muy bien lo qué es el tiempo Murriel,
tu sola mirada me hablaba de su furia.

Quisiera de vez en cuando tocar a tu  puerta
y decirte que los enemigos de los sueños se han ido,
que aún hay pan para la hora del hambre,
y que permaneces intacta en el recuerdo.

Decirte de una vez por todas
levántate,  
es domingo
y afuera llueve.

En cada lluvia creía poder verte,
era como si la lluvia fuese tuya,
como si fuera tu voz;
la lluvia siempre fue ese espejo triste
en donde buscabas tu rostro.

Te fuiste una noche detrás de la lluvia,
oculta en la niebla de mi sueño más pesado.

Te fuiste
para habitar en la patria silenciosa,
sin temor a los monstruos bebedores de sangre
quisiste irrumpir en la lúgubre morada de los muertos.

Se acaba mi infancia de golpe,
y de pronto
 todo duele;
todo se acaba,
todo corre tras de ti
mujer de muchas sombras.

Todo empieza a diluirse irremediablemente,
solo queda la dureza de tu ausencia,
y tu nombre,
solo tu nombre que invocaré a la hora del olvido.






Sentir de un hombre común

No he de caer.

Allá en el fondo hay bocas que esperan por mí.

Desesperadas me reclaman para su hambre.

Es la hora de huir, es la hora de la única partida,
de salir volando en la nube más triste.

Se han acabado las treguas,
he visto perderse en el horizonte la última piedad,
el cuerpo marcha a la dureza del sepulcro,
y la noche se ha bebido la última esperanza.

No, no he de caer.

Mi cuerpo demolido no soporta ya la brisa más liviana,
cualquier caricia ha de lastimar mi carne, mis huesos,
la mirada más tierna me hace trizas.
Quiero vivir,
quiero disgregarme entre los matorrales,
habitar entre las fieras,
rajar el cielo cual relámpago impetuoso,
brotar a la hora del silencio,
conocerme y desconocerme.

No quiero ser más la sombra de mi sombra,
la hoja errante que seca se pierde en el anonimato.

Quiero abrir esa puerta,
quiero palpar,
quiero ser un poco más que nada,
 y quiero.

No, no he de caer.

He de ocultar la piedra que soy,
el ave que soy,
la risa que soy,
la lluvia que soy.
Me he de salvar por vez primera,
permaneceré oculto detrás de este cuerpo ajeno,
detrás de esta piel ajena,
de este dolor ajeno,
sufrido por el otro y por mí.

Pero no he de caer.

En el momento más absurdo
abriré las alas de par en par,
a la hora en que el verdugo duerme,
y volaré como lo hace un poema,
hacia el lugar del encuentro,
de la comunión del cuerpo con la sombra.

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